Autor: Pablo Orejuela Rivera
Era el año de 1912; visitaba yo en ese entonces a una vieja tía, Ana Orejuela de Borrero, a través de cuyas conversaciones pude conocer la historia del Teatro Borrero, situado en la carrera 4a. entre calles 9 y 10, en el sitio que ocupo por muchos años la Compañía Colombiana de Electricidad y en donde hasta hace poco años los caleños pagábamos las cuentas de luz y energía. Cuando lo visité en mis mocedades, dentro de la vieja casa de dos pisos en la cual funcionó el salón de espectáculos, muy atrás, todavia se veia el conjunto de lo que había sido el viejo teatro. En el proscenio, en grandes caracteres, una sentencia de Olmedo: "La escuela de costumbres es la escena, quien la haya teme verse retratado, quien la inculpa a sí mismo se condena".
Más adentro, casi en la boca de telón, esta otra frase que era del magín de don Claudio Borrero, alma mater y constructor del teatro: "Cantando y riendo corrijo las costumbres". Huelga decir que el mismo don Claudio Borrero construyó el teatro, trajo desde su finca de "Palma Seca" donde hoy existe el gran aeropuerto internacional, guadua y madera cortada en luna propicia y tiempo idem. Fueron sus ayudantes Francisco Córdoba y Ricardo Fernández. Las piezas que se llevaron a escena como "Don Juan Tenorio", "El Rey que Rabió" y la "Culpa de los Padres" fueron las primeras que se presentaron en Cali y causaron natural sensación.
En el segundo piso de la casa vivían las hermanas del señor Borrero, quienes tenían unas mirlas que aprendieron las tonadas y las canciones de las operetas en boga. Los duros escaños de luneta no eran óbice para que numerosos ciudadanos se volvieran asistentes fijos a las funciones, mientras los que iban a los palcos tenían que llevar su propia silleteria Luis Butherín y Claudio Borrero fueron consuetas.
Don Dimas Echeverri que hacia un gran papel en el "Soldado de Chocolate" fue actor inimitable. Una gran artísta extranjera, doña Esperanza Ughetti, dio a la luz en el mismo teatro, entre camerinos y bambalinas, a su hija Marina, la primer actriz de teatro caleña, que ya grande formó su propia compañía.
La obra que causó mayor impacto entre los sencillos caleños de principios de siglo fue "Don Juan Tenorio", el drama de Zorrilla, que tuvo que ser repetido dos veces en una misma noche. La primera presentación terminó a la media noche con tanto éxito, que la gente a grito herido pedía el bis, y don Claudio Borrero no tuvo inconveniente y monto nuevamente la obra. Era el filo de la una de la madrugada y a las dos, cuando los gallos comenzaban a romper el cristal de la noche con sus clarinadas, principió nuevamente la representación de la obra, y a las siete de la mañana fueron saliendo del viejo teatro los vecinos de esa aldea encantadora que era el Cali de entonces.
Muchas veces don Claudio olvidaba pagar a Butherin los centavos que ganaba trabajando como "consueta" y éste en señal de protesta no funcionaba, y entonces era don Claudio quien tenía que meterse en el hoyo del escenario para auxiliar a los artistas actuantes.
Pocas personas como don Andrés J. Lenis se han referido más elocuentemente a lo que alguna vez sucedió en el Teatro Borrero, a raíz de la llegada a Cali de unas bailarinas, de quienes algún chusco informó que iban a danzar desnudas en el escenario, en esa pacata y mogigata Cali de 1905... Dice así don Andrés J.
"Cali en sus días pretéritos era, por excelencia, la ciudad sencilla y confiada. ¡Sin duda eran muchas las gentes que de aquí se iban derecho al cielo!. Esto fastidiaría terriblemente al Diablo, y decidió cambiar tal estado de cosas. Como la lujuria podía ser un medio, el más eficaz y el de más fácil aplicación para influir sobre las almas desprevenidas de los habitantes de esta urbe, puso en juego algunas actividades que despertasen la sensualidad.
En efecto, se anunció con bombo y platillos, como suele decirse, un acontecimiento sensacional; un espectáculo nunca visto en esta villa de Miguelito Muñoz. Procedente de La Habana había llegado de Buenaventura un barco en el cual viajaban algunas chicas guapas y muy avispadas, que vendrían a Cali a divertir, en forma sensacional, a los tranquilos moradores de este apartado refugio. Eran los habitantes de Cali. Eran los habitantes de Cali hasta esa época, especie de bonzos, tranquilas almas soterrañas, que vivían en perpetua meditación y santo recogimiento, en una como densa tranquilidad de ensueños y aspiraciones ultraterrenas...La llegada a Buenaventura de una damitas del otro mundo, pero del mundo de la farsa, ponía los pelos de punta a estas gentes de espíritu simple y beatifico. Las que venían eran chicas expertas en las danzas más atrevidas, en las volteretas más espectaculares de la moderna coreografía; y no se trataba de saltarinas de poco más o menos; ellas estaban precedidas de una notoriedad bien ganada de cabarets de primer orden de las capitales principales del mundo.
Por todas partes se formaban corrillos en la ciudad para comentar la importancia del estreno teatral que se anunciaba con singulares y aparatosos aspavientos. Los viejos verdes alternaba sus entusiasmo, aprestándose para concurrir al espectáculo. ¿como sería aquello?...
Llegó, por fin, la tan esperada noche del debut de las bailarinas. Es entendido que las señoras no concurrirían. Se trataba de un espectáculo para hombres solos: es decir, que se presentaban solos en el teatro, porque en otras partes bien podían estar acompañados con su respectivo elemento femenino. Todo el mundo, principalmente las mujeres, se echaban bendiciones...¡Un espectáculo únicamente para hombres!¡Que escándolo! ¿Y habrá canallas tan desvergonzados que se atrevan a concurrir?..
¡Esto es insólito!
Con todo, momentos antes de levantarse el telón para comenzar el teatro estaba repleto; no había una sola mujer en el recinto. Era en el pequeño coliseo que levantó aqui, en tiempos ya lejanos, el señor don Claudio Borrero, sujeto de grata memoria entre los caleños por su entusiasta afición al en favor del teatro. El edificio Borrero fue la primera sala para representaciones que se construyó en esta ciudad.
La representación iba a principiar dentro de breves instantes. Una colectiva ansiedad se mostraba en todos los rostros.
Se oyó, de pronto, una campanilla, y se levanto el telón. Las luces, difundidas con acierto por lámparas vistosas de cristales, flotantes irradiaban en el tinglado. La música empezó con retozos alegres y brillantes y cambió, de súbito, en ritmos graves y solemnes. En el concurso había una silenciosa expectativa. Surgieron entonces, fantasmáticas y alucinantes, dos figuras de mujer en la escena. Un aplauso unánime de la concurrencia saludó a las hijas de Terpsicore. Las cantaoras danzarinas hallábanse envueltas en niveas gasas flotantes, y movianse suaves, aladas, ingrávidas al ritmo de la música, entre el juego de las luces irisado de múltiples matices. La sala hallábase dominada por la emoción que henchía todos los pechos.
Por primera vez en Cali se veían las danzas tan renombradas de bailarinas modernas, pero el desnudo, el desnudo que se hablara con tanto ahínco, no surgía ante los ojos ansiosos de los espectadores. No eran pocos los que se consideraban victimas de un engaño. Los reproches cruzaban el ambiente en airados susurros y fuertes rezongos; Esto era un fraude, el engaño se había hecho a favor de una propaganda mentirosa y alharaquera. Muchos hacían memoria en sus charlas de los circos que habían venido muchas veces a la ciudad en donde lucían preciosas muchachas volatineras, de cuerpos ágiles y esculturales, con trajes de punto, elásticos, que dejaban al descubierto las curvas perfectas. ¡Aquello si era extraordinario, maravilloso! Ahora, ¿por qué hacer tanto alarde con la presentación de estas chicas envueltas en tules, que sacuden las piernas como si las tuvieran mojadas, y dan volteretas como peonzas, sin son no ton? Para exhibir eso, ¿valía la pena de tanta alharaca, hasta poner en trance de cólera a las pobres mujeres casadas? ¿hay justicia en haber agitado el clero, con chismes extravagantes, haciéndolos desgañitar desde los púlpitos, desperdiciando latinajos, contra simples vestigios y falsos gigantes travestidos de convencional inmoralidad?.
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