Victimización

He recibido elogios bondadosos desde que revelé con orgullo la condición clínica de mi hijo. Esos elogios no sólo los agradezco sino que en efecto me han hecho reconocerme, validarme cada mañana en la que despierto creyéndome el cuento sobre mis capacidades e impulsándome hacia la evolución.

Algunas veces en medio de mis cuestionamientos aparece una misma inquietud, ¿por qué nosotros los padres de niños con dificultades obtenemos más consideración y empatía que los padres que no conviven con ninguna circunstancia evidente?

Acaso, ¿no todos somos igual de vulnerables a cientos de situaciones con nuestros hijos a lo largo de nuestra existencia? Todos tendremos, sin falta, retos titánicos  y una condición clínica no es más difícil que la vida misma y sus cambiantes realidades.

Socialmente, solemos hacer un trabajo innecesario categorizando automáticamente a los que pasan por alguna situación que consideramos retadora. Decimos: ¡Ay pobre! ¡Ay pobrecito! ¡Ay pobrecita! ¡Ay que pesar! Desactivemos ese hábito, por qué hay personas que aceptaron sentirse como verdaderas victimas por escuchar constantemente esa frase de “consideración” perdiendo así conciencia sobre sus capacidades y hay otros que simplemente no la soportamos. Pero desactivémoslo principalmente, por que todos los seres humanos tenemos la habilidad de reponernos, de adaptarnos y vibrar mediante la aceptación. Todos, logramos avanzar a nuestro ritmo independientemente cual sea nuestra situación.

Otra de mis inquietudes, es: ¿La condena social decreta que ser padre de un niño o adulto con diversidad funcional significa que somos padres en constante sufrimiento? ¿Seres en desdicha? Nada más lejano a la realidad. Nada más desacertado.

En nuestro caso puntual, realmente esta no es una experiencia difícil, es una experiencia distinta como lo he manifestado en otras publicaciones. Y, como no tenemos más hijos no conocemos ni comparamos otra forma de existencia, para nosotros esto es ser padres y no tenemos en el radar otra forma de serlo o de vivirlo. Por tanto no hay sufrimiento implícito, hay fluidez en la labor así como la hay en la de cualquier pareja.

Nuestras preocupaciones se reducen quizá a las mismas de los otros padres; alimentación, hogar, salud y educación. Efectivamente, cambian algunos escenarios y otras consideraciones. Como por ejemplo: En nuestras prioridades no está el nivel y las competencias académicas, la tradición y experiencia de la institución que elijamos para su educación, (que en el caso de mi hijo funciona más como una acción terapéutica). Soñamos con lugares dispuestos, con seres amorosos, con muestras básicas de inclusión, en nuestras metas no está quiméricamente el hijo exitoso y reconocido a futuro que milagrosamente se sanó de su condición y es un testimonio de exposición pública. Simplemente está, el sueño de un niño y un hombre feliz, afectuoso, sano en medio de su condición, agradecido, y que quizá pueda aportar a la sociedad mediante el arte, mediante la música que se le da como un código lógico y sensibiliza todo su ser.

Nosotros estamos firmes y claros sobre nuestra realidad. Sabemos que la fortuna de estar vivos y de tener a nuestro hijo nos otorga responsabilidad, la de demoler la estrechez y miopía intelectual para abrirnos a la diversidad, a la aceptación sobre el constante cambio, a direccionarnos siempre a favor del amor independientemente cual sea nuestro destino.

Entendemos la diferencia entre lo elemental y lo superfluo para Salomón y para nuestra vida como sus papás. Y partimos de la lógica de la existencia para entenderlo de esa manera.

Un ser vivo nace bajo un conjunto de factores biológicos entre los que hay derivados vitales y otros no esenciales para sobrevivir. Cuando existe algún tipo de dificultad, el organismo sacrifica lo que no es esencial y lucha por conservar lo vital. Lo que le concede vivir, que clínicamente es la frecuencia respiratoria y el ritmo cardíaco. Todo lo demás que logramos realizar, (hablar, caminar, etc.) podemos definirlo como privilegios adicionales que nos concede la naturaleza.

Por tanto, si nos concentramos más en lo esencial, si dejamos exigirle tanto a la vida que nos dé lo que consideramos nos falta, si dejamos de victimizar al otro y entendemos que a todos nos va a tocar cargar alguna cruz, si simplemente aceptamos y reposamos sobre las bondades y si abrazamos la misión que nos fue asignada, naturalmente todo empieza a ser más amable y menos retador.

Sin duda, continuaremos enfrentando circunstancias y no permaneceremos intactos e inmunes ante la vida, siempre tendremos desafíos pero también las herramientas para evolucionar conscientemente en la existencia.



source http://blogs.eltiempo.com/maternidadresiliente/2020/05/27/victimizacion/
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Acerca frederman

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