“Voltea aquí a la derecha”, le dijo Marcela, llegando a Cajicá. “Este es el bar que te digo, es chiquito pero bonito”.
Entraron a este bar/tienda, sencillo, ambiente familiar tarjecrédito. Se notaba que Marcela era cliente frecuente porque la saludaron con cara de “¿le traigo la Poker de siempre?”. Quizás por eso ella se apresuró a pedir la carta, como dando a entender que hoy “el menú” era diferente. Quizás Andrés no era un amigo más, era el de pedir la carta, el del petaco de tequila o algo.
En nuestra última historia de Le pasó a un amigo: Andrés conoce a Marcela y la invita a salir. Se ven seguido, almuerzan seguido. Ella también está muy interesada en Andrés, aunque no precisamente por ser tan pinta. Él decide invitarla por última vez, a dar el todo por el todo, van a cine y el plan se va de alargue como Andrés esperaba. Se van a un bar cerca de la casa de Marcela, en Cajicá. ¡Es ahora o nunca!
Si quieres leer la historia completa, acá encuentras la primera parte, y acá la segunda.
Tras recorrer la carta, sencilla pero con actitud de bar de la 93, Andrés pidió el único coctel que podía, porque iba manejando. Era el mismo de ella pero, ya sabes, sin alcohol.
Él sabía de qué se trataba este juego. Ella a sacarle todo el beneficio que pudiera a Andrés, y él a poderle cobrar a Marcela todo el beneficio que ella le quería sacar. Era esta noche o nunca. La última oportunidad, el minuto de alargue, el extra-tiempo. Andrés no era tan pendejo como sus amigos pensamos cuando nos cuenta sus chocoaventuras. No es que no supiera que lo querían marranear, pero sí sabía que a veces hay que apostar, que no hay nada gratis en la vida. Y finalmente Marcela, que ya no le parecía tan interesante, seguía estando buenísima. Además ya le había puesto tiempo y dinero al asunto, debía recuperar la inversión o morir en el intento.
Esos cuatro cocteles, dos para cada uno, se le hicieron eternos. Como suele pasar cuando a uno ya no le interesa alguien a nivel intelectual. La había bajado de ese pedestal y ya le notaba todos los defectos. El comentario que antes era gracioso y tonto ahora solo era tonto. De todas formas, en un esfuerzo por hacer interesante la noche, entraron en temas un poco más profundos y ella le contó su historia de vida, sus amores y desamores; la acompañó en esa triste historia con el papá del niño y su vagancia –la del papá, porque al chino lo vendía como el más pilo–.
Aunque Andrés le apostaba a pasar la noche en Cajicá City, sabía que era muy probable que le tocara regresarse a Bogotá y no quería hacerlo tan tarde. Luego de los dos cocteles y la cerveza de Marcela, Andrés esperaba que ella estuviera medianamente prendida pero, o Marcela tiene una tolerancia colosal al licor, o tenía más alcohol el dulce de mora que les dieron con la cuenta. Ahí entendió Andrés por qué era tan barato el dichoso coctel. Hasta ahí llegaron las esperanzas etílicas de la noche.
De salida, camino a la casa de Marcela, Andrés recordaba las palabras de ella cuando propuso el plan: «si algo la seguimos en mi casa». Así que hizo todo lo que estaba en su poder, era el minuto 90. Cuando llegaron, parqueó frente al conjunto residencial. Andrés se acercó despacio a la boca de Marcela. Mirándola fijamente a los ojos, y con sonrisa ganadora, avanzó el 90 %, como aprendió en el diplomado de seducción que tomó con el especialista Alex Hitchens, para los amigos Hitch. Él nunca fue de robar besos ni de obligar a nada. Un buen beso es consensuado.
Y sí señores que Marcela le sonrió, se mordió con picardía el labio inferior y se acercó a Andrés. Él le dio el beso más sensual que se puedan imaginar. Danilo Santos en sus mejores años come chitos al lado de Andrés. Este podría ser el último beso o el primero de muchos, y ambas opciones ameritaban el mejor esfuerzo. Besos, mordisquitos, agarrada de pierna y… y hasta ahí porque ella no dejó más. Se apuntó el botón de la blusa, le cogió la cara y le dijo «Gracias Andresito, eres un lindo. ¿Me llamas mañana?» Dándole otro pico se bajó del carro con su coquetería intacta. Y Andrés volvió a la casa con su virginidad intacta. La de ese día, o sea.
Claramente él no la llamó. Claramente ella tampoco. Hasta que el jueves siguiente ella le escribió por WhatsApp, preguntándole “si al fin había conseguido las entradas al concierto del fin de semana”. Hace un tiempo habían hablado de la posibilidad de ir, ella tenía muchas ganas, no se lo quería perder.
– Sííí, imagínate que un amigo que trabaja en una emisora me hizo el favor. Pero te cuento que sólo me pudo conseguir una –le mintió Andrés. Él no la iba a entrar al concierto si ella no lo dejaba entrar a él. Así que invitó a Diana, su compañera de la empresa.
– Ash, ni modos, Andresito. En otra ocasión será –le respondió Marcela, como cuando una comercial se entera de que uno no le va a comprar–. Espero que la pases muy rico.
Por azares de la vida, Andrés estaba cruzando palabras por redes sociales con una amiga. Bueno, tan amiga como puede ser alguien que sigues y te sigue en redes, con quien de vez en cuando conversas pero nada más. Por esos mismos azares de la vida ella también iba al concierto, y decidieron verse allá. Conocerse por fin después de tantos años de amistad virtual. Para no alargar mucho la historia, Andrea resultó ser un encanto de mujer, rostro divino, una ternura en pasta. Pasaron todo el concierto juntos, con el grupo de amigos de Andrés, con mucha química entre ambos. Al final se despidieron con un besito y la promesa de volverse a ver para cenar.
Andrés no hizo mucho esfuerzo por volver a hablar con Marcela. Ese arrocito se enfrió y recalentado sabe feo. Como él ya suponía, ella le escribió el viernes, con la mala fortuna –para ella– de que Andrés había amanecido enfermo y había decidido no ir a la oficina. Lo de la mala suerte es porque, obviamente, Marcela lo buscaba para pasar “a visitarlo” con sus amigas a la oficina, como todos los viernes al final de la tarde. Lo que hacen unas cervezas gratis.
– Noooo, Marce. Hoy creo que no apareceré por allá.
– Ay Andresito, pobrecito. Suenas todo enfermito, como para que te mimen un rato.
– Pues venga y me consiente Sí, un poquito. Este dolor de espalda me tiene mamado, aunque ya está bajando.
– Qué bueno. Espero que te mejores prontito y nos vemos, ¿vale?
– Sí, dale. Me cuentas. Un abrazo.
El día avanzó como suelen avanzar los días en que uno trabaja enfermo desde la casa, con la ventaja de que poco a poco el dolor fue bajando. Como a eso de las 3 ya prácticamente había desaparecido el dolor, y Andrés tenía súper presente la promesa de salir a cenar con Andrea, así que le escribió y quedaron en verse en la noche en un restaurante en Usaquén.
Todo iba divinamente, hasta que a las 4:18 de la tarde, entra llamada de Diana. Lo único que pensó Andrés fue «juemadre, ¿qué pasó ahora en el trabajo? Típico un viernes por la tarde».
– Hola Andrés, perdona llamarte ahorita, enfermo y todo. ¿Has hablado con tu amiga Marcela?
– Esta mañana. Y le dije que andaba enfermo, que no iba a la oficina. ¿Por qué? –le preguntó extrañadísimo.
– Porque me escribió a preguntar por ti.
– ¿Guat? Pero si ella ya sabe que no estoy.
– No, pues no sé. Y me preguntó que si puede entrar al edificio, pero yo no sé a qué. Yo no tengo nada que ver con esa vieja, jajaja.
– Uy no, Diani. El colmo de la conchudez. Ni a bate la dejes entrar. Seguro anda con sus amigas buscando parche y querrá tomarse unas cervezas gratis.
– Ay no te creo. Pero qué descaro. ¿Además si tú no estás a qué viene? Le voy a decir que no, que tú no estás y que nosotros andamos muy llevados de trabajo con algo, jajajaja.
– Si, yo creo que es lo mejor. Ella no tiene nada que hacer allá. Si estuviera interesada en mí vendría a cuidarme el dolor de espalda y no a “visitarme” a mi oficina cuando no estoy.
– Cierto. La tapa esa vieja.
Declarado oficialmente el viernes, Andrés empezó a arreglarse para salir con Andrea. No habían pasado veinte minutos cuando suena un mensaje de WhatsApp en el celular. Un amigo del co-working: “Marica, ¿se acuerda de Tatiana, la amiga de Marcela? Me está escribiendo, que si la dejo entrar al edificio”.
Andrés le marcó al celular en 0,2 segundos.
– ¿Cómo así?
– No sé, la vieja dizque está acá abajo y quiere pasar a saludar. Pero ella nunca me había escrito.
– ¿Y de dónde sacó su teléfono?
– No, pues yo se lo di la vez que se emborracharon acá en el edificio, hace como un mes. Y a Marcela, porque me iba a ofrecer no se qué vainas.
– Uy, parce. Seguros de vida, mejor huya.
– Jajajaja. Bueno, yo no le veo problema a que entren, igual ando hoy desparchado, pero se me hizo muy raro.
– Pues, marica, yo ni ando en el edificio. Hoy no fui. Si quiere dejarlas entrar hágale bajo su propio riesgo, jajaja. Pero yo ahí no tengo nada que ver. Eso sí, ojo se emborrachan y hacen alguna vaina loca en el edificio. Si ve que puede pasar, es mejor llevarlas a otro lado o pedirles que se vayan.
En la noche, mientras cenaban con Andrea, Diana llamó a Andrés para contarle que ya todos en la oficina habían salido, ella fue la última. “Tu amiga Marcela y otras dos viejas al fin entraron, no sé cómo. Me las encontré y me preguntaron por ti, que cómo seguías. Yo les dije que seguías enfermo. Cuando Marcela me dijo que ‘pobrecito, todo enfermito’ le dije ‘Sí. No sé por qué no fuiste a visitarlo en vez de venir a tomar cerveza acá’, JAJAJAJA.
– JAJAJAJA. Parce, ¿en serio Diana le dijo eso a la vieja? –le pregunté a Andrés.
– Eso me contó. Lo bacano de Diana es que va diciendo las vainas de frente, jajaja.
– Debería darle un aumento –dijo Juan Andrés con su acento costeño–. ¿Y supiste algo más de Marcela?
– No, marica. Desde ese día ni más, no apareció ni a preguntarme cómo seguí. Igual, se necesita ser o muy bruta o muy conchuda para aparecer después de todo eso.
– Total. ¿Y qué pasó con Andrea?
– Ah no, esa es otra historia. Ella es adorada.
– ¡Pues cuente!
– Pere pedimos la otra –nos dijo Andrés, mientras le hacía señas al dueño de la tienda, que era igualito a Stan Lee haciendo un cameo.
La banda sonora de la semana.
Si no se enrumban con esta canción no tienen alma, jajaja.
Oiga, no tienen idea las ganas que tenía de retomar las historias de Andrés. Hay varias más por contar. Aunque también tengo otras cosas por escribir y compartir acá, como ese derecho a descansar al que estamos renunciando cada que respondemos un WhatsApp al cliente a las 9 de la noche. O hablar del bullying entre adultos.
Eso es todo por hoy. Muchas gracias a todos, especialmente las damas. Nos leemos la próxima semana, o antes si algo extraordinario ocurre.
¡Chau!
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Algunas entradas anteriores: «Colombia podría ser potencia mundial en 30 años» «Le pasó a un amigo: Andrés, no me des besos» «Le pasó a un amigo: La prima«.
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