Las Navidades Caleñas a inicios de siglo XX

Santiago de Cali y su Navidad

Autor: N.N.

Texto tomado de la revista Despertar Vallecaucano. N° 12. Nov - Dic 1978.


Tal vez no exista, ciudad en Colombia donde sea más hogareña, la fiesta de Navidad. Y si me remoto a las viejas etapas de mi vida de mozo, saltan a la memoria todas esas jornadas que viven en la memoria como cicatrices gloriosas de benditos tiempos.

Como no recordar el ajetreo de los muchachos y maritornes, y el intercambio de regalos, los platos favoritos: La lechona rellena, el bímbo idem, las hojaldras, el dulce en caldo, la sopa de torrejas, los salmones, las sardinas y el imparitable manjarblanco, cuyo sello de dulzura y garantía de postre se ha prolongado hasta nosotros.

Cali 1918-20 aldea, con sus sietes templos, sus gentes honradas, sus salves, donde de cantaban villancicos y era maestro de ceremonias, ese artista caleño, de grato recuerdo, don Dimas Echeverry, el padre Valverde, los Scarpettas, Borreros, Castros, Guerreros, Madriñanes, etc.

Los aguinaldos, con parejas que les servía la oportunidad para verse, pues en este tiempo mojigato, únicamente salía la bella a la ventana y un raro domingo, con anuencia de los padres de Dulcinea.

Los triquitraques de donde los chinos de las galerías, las bombas de caucho con pito y ese ambiente de fiesta, de pólvora que culminaba, con la misa de gallo, al filo de la media noche, cuando las gentes hacían cola y el ambiente se tornaba pasado por las digestiones, causadas por las grandes comilones ingeridas. Eran famosos los pesebres en San Francisco, en San Pedro y Santa Rosa. Tiempos en que huyeron en el abismo de los años muertos y que resucitamos para establecer comparaciones.

Tiempos de un pastuso Ocaña, quién tenía un mesón, sito en la Cra. tres con calle trece, (hoy Expreso Trejos), donde la señora de Ocaña, tenía sus rosales, y preparaba las viandas, una maldita lora, gritaba todo el día: "Estoy vestida de verde y soy liberal", ante la ira del pastuso, godo de raca mandaca.

Tiempo de pilas, único acueducto de Cali, pilas de Santa Rosa, del Crespo, donde acudían las bellas damiselas del servicio doméstico, con los cántaros de barro, que los cachifos, se ufanaban en romper con las caucheras que bañaban a las mozas y que eran la desesperación de los "chapoles" de esa época, Robertote Cañadas, Labrada. Tiempos cuando un ventrílocuo, a las mujeres que venían de las galerías, con las grandes bateas, y las cabezas de marrano, las hacía gruñir ante el espanto de las buenas mujeres que arrojaban las artesas y corrían como almas que llevara el diablo.

Tiempos de aguinaldos, de palito en boca, de hablar y contestar, del grito, de decir a todo "sí" y al contrario etc. Otros con donjuanescos propósitos, aguinaldos de "perder pluma", donde la cita de Eros, era de rigor.

 Nochebuenas que hoy llegan con paso cansino a sentarse a la mesa de recuerdo y que nos traen del pasado, ese rosario de memorias que no hemos podido de asesinar para nuestro mal.

Alcaldes caleños, que decretaban por bando, que cuando hubiera luna llena, no se prendieran los faroles en las esquinas del pueblo, pues era suficiente la luz de la luna.

Y espantos como el de la Dama de Blanco, donde hoy está situada la "Casa de Troya" y que las gentes timoratas creían era el alma de doña de Inés de Lara.

Las navidades del Cali que se fue se iniciaban prácticamente con la Novena del Niño, la cual se efectuaba en todas las iglesias y con especial devoción en Santa Rosa, La Catedral y San Francisco, aunque San Antonio no se quedaba atrás y en la loma se quemaban noche tras noche vistosos castillos que llenaban la cumbre de luminarias de colores. Las calles eran de día y de noche un estruendo de pitos en la boca de los muchachos, de cornetas y tambores, de triquitraques y buscaniguas, de fósforos de luz y velas romanas. de bellísimos volcanes de pólvora que al apagarse vomitaban bellísimos miquitos de felpa. Todo lo vendía el almacén de un alemán simpático que vivió y murió en Cali, don Fernando Rasmussen, que tenía su negocio en la esquina de la Cra. 6a. con calle 11, casa de don Francisco Antonio Fernández. Las novenas eran cantadas y los villancicos de una ternura especial. "A Belén todos, todos corramos, viva digamos al redentor" era uno de los que más se oían, así como otro bellísimo: "Ya son las cinco de la mañana, por el oriente ya sale el sol, y en las latas cumbres de las montañas, se ve el reflejo de su arrebol".

 El 24 de diciembre era el día clásico de la amista de los viejos caleños. En la tertulia de la plaza, que se realizaba todos los días en "La Mascotta", desde temprano se juntaban los amigos de don María Buenaventura y don Dídimo Reyes con el objeto de desearse felices Pascuas y apurar algunas copas de brandy "Hennessy"  o "Tres Estrellas" que importaba directamente de Francia don José Obeso Pérez. En la Calle del Comercio,  o se la Cra. 5a. entre calles 10 y 11 donde estaban situados los más reputados negocios de Cali, iban y venían de almacén en almacén sus respectivos dueños. Se juntaban con sus vecinos, venía un abrazo sincero, conversaba acerca de cómo le había ido durante el año y sus proyectos para el próximo, don Julio Giraldo, don Pablo Rivera, don Marceliano Calero, don Juan Santander, don Isamel Hormaza, don Ricardo Price, don Miguel Calero don Nicolás y don Alfredo Hormaza, don Vicente Borrero y don Pedro Pablo Caicedo. Después de medio día, estos viejos robles que ya se habían tomado una o varias copas en sus tiendas, se iban a sus casas a pasarse el resto de la tarde con sus familiares y a prepararse para la cena de la noche, para el cantó de villancicos ante el pesebre, la misa de gallo y para recibir nuevos amigos, y toda la parentela. La gente entraba y salía toda la noche de las viejas mansiones y todos se daban una cordial apretón de manos y se deseaban felicidades. Varias murgas recorrían la ciudad y las inolvidables bandas de garrón de puerco,  unas del Vallano y otras de Vilachi. En cada portón se detenían y entonaban sus cantantes algunas coplas, siendo siempre premiados sus componentes con un trago "resacado" por el dueño de la casa. ¡Que tiempos aquellos, plenos de sencillez, de bondad y cristianismo!. ¿Se podrá decir de los de ahora lo mismo?.




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